Cada vez más compañías cuentan con fórmulas, internas o externas, para evitar desvíos de fondos y otros engaños
Con el inicio de la crisis estallaron los escándalos financieros. Salpicaron al sector bancario, a los organismos reguladores y a las cúpulas empresariales de algunas de las principales compañías del mundo. Bernard Madoff encabezó la lista, con un fraude financiero de 50.000 millones de dólares, el mayor de la historia, pero le siguieron Jerome Kerviel, de Société Générale; Alexis Stenfors, de Merrill Lynch; Evon Dooley, de MF Global. Son nombres que ya han pasado a la historia de las malas artes empresariales.
Sin embargo, lejos de remitir la tormenta, cada día desayunamos con un nuevo escándalo. Las protestas sociales que incendian las calles en Madrid, Atenas o Nueva York señalan con el dedo la ‘inmoralidad’ de la clase financiera y las escuelas de negocios inyectan el antídoto de la transparencia en sus programas para ejecutivos. Hablar de ética empresarial está de moda, pero parece que no se practica con la asiduidad que sería deseable.
«Sin duda, la actual situación de crisis económica está haciendo que aumenten los casos de fraude», señala Gertrudis Alarcón, directora general de la consultora antifraude GAT Intelligence. El desvío de fondos de la compañía, con cobros indebidos por supuestos gastos, falsificación de facturas, compras personales con tarjetas de empresa, gastos ficticios en viajes de trabajo, compras inexistentes, robo de bienes de la empresa o cobro de comisiones a proveedores son los fraudes más comunes.
José Manuel Muries, presidente del Instituto de Auditores Internos, no cree, sin embargo, que la crisis haya favorecido comportamientos poco éticos. «Más bien, creo que, a la inversa, nos encontramos inmersos en esta crisis porque no se ha actuado, en muchos casos, con todo el rigor ético o profesional que cabría esperar».
Un informe elaborado por la ACFE -una organización mundial de profesionales especializados en la lucha contra el fraude- pone de manifiesto algunas cifras inquietantes; las empresas pierden cada año el 5% de sus ingresos debido a fraudes internos, casi la mitad de las compañías españolas reconoce haberse visto afectada en el último año por incidentes relacionados con los delitos económicos, y entre el 6 y el 8% de los empleados estaría dispuesto a cometer fraude en su empresa si encontrase la oportunidad de hacerlo.
Gertrudis Alarcón advierte de que todas estas prácticas están impactando de forma negativa en la economía. «La propia crisis está haciendo que los empresarios, e incluso los consumidores, no reclamen la factura por servicios prestados o productos adquiridos, rebajen sus expectativas de lo comprado con bienes de menos calidad y se esté produciendo intercambio de servicios unos por otros sin contraprestación».
Trabajadores vigilantes
Según el citado informe de la ACFE, la mayoría de los fraudes empresariales los descubren los propios empleados. «Las personas que conviven diariamente con el empleado que está cometiendo un fraude son las que mejor pueden percatarse de cambios de hábitos, actitudes fuera de lo normal, solicitudes inusuales para realizar ciertas tareas o excesivo interés en ocuparse de algún asunto personalmente sin dejar a otros intervenir», explica Gertrudis Alarcón.
A veces, cometer fraudes dentro de una empresa requiere de la participación de otros empleados, pero la experta advierte de que esta participación, en la mayoría de los casos, es involuntaria; muchas veces no saben que se está cometiendo un fraude. Eso sí, con el tiempo pueden empezar a sospechar de que algo no es correcto y ahí se produce el momento ideal para contar lo que ocurre. «La connivencia entre varios empleados para cometer fraudes en una empresa no es algo común, pero también se da», dice Alarcón. En general, los trabajadores suelen emplear cartas por correo postal, ‘e-mails’, entrevistas personales o canales ‘on-line’ para informar a la alta dirección de que algo pasa.
La solución, dice la directora de GAT Intelligence, pasa por «medidas disuasorias, intensificar la lucha contra el fraude, campañas de concienciación y un sistema de impuestos menos gravoso que no compense hacer ningún tipo de fraude», explica Gertrudis Alarcón.
Precisamente, su compañía ha lanzado en España el servicio de línea ética empresarial, un mecanismo de denuncia e identificación de comportamientos inapropiados. Se trata de un mecanismo seguro de denuncias de carácter confidencial, integrado en una plataforma ‘on-line’. El servicio consta de un sitio web donde los empleados y terceros relacionados podrán denunciar por escrito las irregularidades. Esta página tiene certificado de servidor seguro y la conexión se realiza con un protocolo que permite el cifrado de los datos entre el navegador y el servidor. Desde la compañía aseguran que este mecanismo de denuncia reduce en un 50% las pérdidas medias por fraude.
José Manuel Muries, presidente del Instituto de Auditores Internos, opina, por su parte, que la figura del auditor interno se ha convertido en «imprescindible» en estos tiempos. «Somos una mezcla entre periodistas y médicos: hacemos preguntas para conocer el funcionamiento de la organización -hechos observados- para la que trabajamos y en su caso, recomendamos un tratamiento (recomendaciones)». Se trata de una figura cuyo cometido es supervisar que la organización para la que trabaja gestiona adecuadamente los riesgos y, por ello, puede ser esencial en la estrategia ética de la compañía.
Eso sí, Muries hace un llamamiento a los auditores internos a defender los valores de la profesión -la ética, la objetividad y el rigor profesional- y recuerda que «deben ser, ante todo, independientes». Precisamente, la vicepresidenta independiente de Bolsas y Mercados Españoles, Margarita Prat, fue muy clara con este tema en unas jornadas organizadas recientemente por el Instituto de Auditores Independientes. «El que no se sienta respaldado por su empresa no debe continuar en su puesto»,
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